martes, 6 de julio de 2010

La guerra Mundial


Estuve trabajando en “Modo Mundial”. Basta ver la fecha de mi último post para darse cuenta de que todo el tiempo libre acumulado traté de destinárselo a ver la mayor cantidad de partidos posibles de esta Copa del Mundo. A gozar y sufrir por el equipo argentino. A empujar a cada equipo sudamericano poniendo más énfasis en el Chile de Bielsa y menos en Brasil. Aunque moriré pensando que era el mejor equipo de este Mundial.
Todavía no se apagan las últimas vuvuzelas ni las esperanzas por ver a Uruguay en semifinales, y sin embargo todo ha perdido vértigo. Como viene ocurriendo desde hace más de 30 años, el fútbol fue pobre. Pero lo que se dijo acerca de él fue peor. Suele pasar. De todas maneras, bajándose cada uno de sus respectivas motocicletas, cualquiera está en condiciones de decir algo sobre el fútbol. Algunos lo hacen con más gracia, mejor sintaxis, mayor información. Otros no. Buena parte de los periodistas deportivos pertenecen a este último grupo. Y eso duele más que un centro pasado. Pero todos pueden hablar de cómo se juega a la pelota. ¿Por qué no?
A mí, en lo personal, me parece que los equipos que defienden con 3 son más dúctiles y equilibrados que los que defienden con 4. Estos, o tienen demasiada gente estacionada cerca de su área, o se descompensan sistemáticamente por la subida de laterales que no siempre vuelven rápido y bien.
A mí me gustan más los equipos que tienen enganche que los que no los tienen. Me parece que juegan mejor, más claro, más profundo. Pero me irritan los enganches lentos o que actúan como aduana de cualquier y todas las pelotas que juegue su equipo.
Me gustan los equipos que presionan más que los que esperan, me gustan los equipos que consiguen la pelota para atacar y no para ver qué pasa. La tenencia es un indicador de dominio. La tenencia en si misma puede ser tedio puro o falta de ideas.
Me gusta Van Gaal más que Mourinho, Bilardo más que Menotti, Passarella más que Basile, mi tía Corina más que Cappa (porque por lo menos no escribía libros para embellecer sus derrotas). Y Bielsa, por sobre todas las cosas.
Entiendo que un hincha de Boca dé la vida por Bianchi, aunque visto con ojos neutrales, ir a ver un equipo del Virrey nunca fue lo más divertido que te podía pasar. Yo, hincha de River, nunca daría la vida por Ramón. Me parece que con mucho más material que Bianchi hizo bastante menos. Pero es una opinión. ¿Se entiende? “Opinión”.
A los 41 años y habiendo visto mucho más fútbol que la media recomendable desde los 8, pude ver equipos gloriosos perder, equipos horribles ganar, y con el tiempo fui aprendiendo que la victoria es importantísima en el fútbol, pero no es igual a tener razón. Simplemente porque parece que no la hay.
Con el tiempo aprendí que los dibujitos (3-4-3, 4-4-2) son relativos. Que no hay dibujo que salve a un equipo que deja abismos entre una línea y otra o cuyos jugadores erran la mitad de los pases. Pero esta es mi manera de ver el fútbol. Mi gusto.
En su afán por ganar discusiones a cualquier precio, para justificar sus fracasos o para construirse como mejores personas que los oponentes, el menottismo y sus hijos putativos han alimentado una miserable confusión entre ética y estética. No les parece suficiente decir que les gusta más un equipo que marca en zona. Tienen que decir que una defensa de 3 es de derecha. Han postulado la idiotez de que existe un fútbol de izquierda, como si hubiera un ludo evangelista o una manera hegeliana de hacer tortas fritas.
Provistos de sus lecturas de solapas, acusan de cosas horribles a quienes no piensan como ellos y levantan banderas rojas para explicar la trampa del offside. Aunque después se abracen con Galtieri o le digan a Videla que han ganado un Mundial Juvenil llevando al mundo “la forma de vivir de los argentinos” a la misma hora que los enviados de la OEA intentan hurgar entre las catacumbas del horror.
Periodistas de pluma pseudo florida nos han tratado de explicar que el equipo de Italia 90 (que por cierto hacía doler los ojos por momentos de lo feo que jugaba y que pasó a segunda ronda con los mismos puntos que los que sacó el equipo del 2002 para volver a casa) reflejaba el dominio del neoliberalismo. Esto, mientras su ideólogo máximo coqueteaba con el PJ menemista de Santa Fe. No podían decir simplemente que no les gustaba o que les parecía que jugaba mal, debían dejar claro que había una racionalidad política que los hacía jugar así. Y que su apreciación futbolística no era otra cosa que el ejercicio inalienable de su superioridad.
De tan lejos viene esta idiotez del “Se juega como se vive”. Y todavía no nos explica por qué la Argentina, dirigida por el papá futbolístico de quienes esto postulan, ganó una Copa del Mundo en el momento en el que peor se vivía.
Este discurso pavote con el que chapean de intelectuales tipos que creen que la Primavera de Praga es una loción para después de afeitarse, no puede ocultar las flagrantes contradicciones con la ética de las personas que deberían encarnarlo. Ni las huellas de un origen retórico oscuro y tenebroso. Al abrazarse con esto de volver a las fuentes, o aquello de jugar la nuestra, esa zoncera de recuperar la identidad futbolística que ellos sabrían cuál es, los esencialistas no hacen más que emparentarse con las gramáticas más reaccionarias de la historia. ¿Quiénes si no los adalides de un fascismo lacerante han enarbolado la idea de venir a recuperar nuestros valores, nuestra forma de ser, cada vez que derrocan a un gobierno popular, patean una puerta de madrugada, secuestran un niño o introducen cablecitos en la cavidad de un sospechoso? ¿Qué clase de analfabeto político puede pensar que es progre echar mano de un concepto de “identidad” tan momificado? ¿Qué folleto leyó alguien que cree que lo más cercano al materialismo histórico es proclamar la búsqueda de una esencia?
Basta recorrer los titulares de EL GRÁFICO durante el Mundial del 78 para descubrir los infinitos pasajes entre su retórica esencialista y restauradora con el texto de la proclama del PRN. Basta recorrer los números del 82 para encontrar coincidencias escalofriantes entre las crónicas mundialistas y la verba patriotera que se bajaba desde las usinas del Proceso. Y a propósito de ese Mundial, me parece bastante menos grave marcar mal en una pelota parada que ser el líder de un equipo derrotado y mandarlo solo a dar la cara ante sus compatriotas mientras vos te quedás tomando el solcito de las playas españolas. Los amantes del “se juega como se vive” deberían tener más presente cómo viven algunos de los tipos que defienden al punto de mancillar su propia inteligencia. Pero lamentablemente para todos suelen estar bastante mal informados acerca de lo que no les conviene. No hay otra explicación que justifique que en uno de los programas que se creen “del palo” se ande departiendo amablemente sobre fútbol con quien fuera vocero del EAM 78. Espero un informe de 678 sobre esto. ¿Espero sentado?
Sólo la soberbia más patológica puede concebir que haya cosas indiscutibles en el fútbol.
Está tan claro que no es así que yo, que no puedo hacer más de tres jueguitos, puedo opinar que Diego, el más grande jugador que vi en mi vida, hizo, al menos en sus declaraciones públicas, una mala lectura de Alemania (“puro chamuyo”) y del partido con México (“los bailamos”). Yo, que no puedo hacer una rabona sin sufrir un derrame cerebral, puedo preguntarme por qué el tipo que más sabe no paró un equipo parecido a aquel que le ganó a Alemania hace apenas tres meses. Sin embargo, sé que si Otamendi cerraba mejor (central al fin) en su primer mano a mano con Podolski, y entonces no había falta, y entonces no había tiro libre al primer palo, entonces no había tal vez gol alemán a los tres minutos. Y a lo mejor se desplegaba otro partido. Y a lo mejor esas malas lecturas pasaban a ser la astucia de un líder que llena de confianza a sus dirigidos. Como pasó a ser una buena idea poner a Agüero contra Corea en momentos en que los manuales pedían a gritos reforzar la mitad de la cancha.
Retomando, a mí en lo personal, me gustan más los técnicos trabajadores que los motivadores, los obsesivos que los bocones. Pero son mis gustos. Maradona está a salvo, debiera estarlo, de cualquier frase parecida a la ingratitud por parte de cualquiera que haya vivido para verlo en una cancha. No sólo jugó como nadie podrá hacerlo nunca, además dio hasta la última gota de transpiración por la camiseta que llevara puesta. Así que si quiere quedarse, por qué no. El equipo del Mundial fue mucho más que el de las Eliminatorias. Por qué no pensar que el de la Copa América será mejor que el del Mundial. Y además, casi como te pasa con este gobierno, cuando uno ve la clase de engendros que alimentan el ejército otra vez floreciente de enemigos del 10, ¿no te dan ganas de abrazarlo y decirle “dale, Diego, no fue nada, metele para adelante”?
Algo de eso propulsó a muchas personas a salir de sus casas un domingo de invierno para recibir a esta Selección que salió del Mundial vapuleada por un equipo que fue eso, un equipo.
A lo mejor porque Diego derrotado sigue siendo mucho más querible que algunos periodistas deportivos victoriosos.
A lo mejor porque los Mundiales son como los cumpleaños, te pegan diferente sin importar tanto cuántos años cumplís como el momento de la vida que atravesás.
A lo mejor, finalmente, porque empezamos a aprender que las alegrías vividas no te las puede quitar nadie, ni siquiera Klose. Y mucho menos el Toti Pasman.

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