viernes, 21 de agosto de 2009

Una modesta proposición


Ahora que a gente tan rica le preocupa la gente tan pobre, ahora, cuando a tipos tan gordos comienza a quitarles el sueño que otros no coman, no sé por qué, vaya a saber uno los vericuetos del inconsciente, recordé este lacerante texto de Johnathan Swift (1665-1745). ¿Por qué será?


Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público


Es cosa triste para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de pordioseras, seguidas de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar por su honesto sustento, se ven obligadas a perder su tiempo mendigando para sus hijos desvalidos que, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España o se venden a los Bárbaros.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y, frecuentemente, de sus padres, significa, en el deplorable estado actual del Reino, un perjuicio adicional muy grande; por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles de la comunidad, merecería tanto agradecimiento del público como para que se le erigiera una estatua como protector de la nación.
Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los hijos de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tiene en cuenta el número total de niños de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesando maduramente los diversos planes de otros hacedores de proyectos, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más, a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad cuando yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuyan por el contrario, a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
(...)
La población de Irlanda se estima usualmente en un millón y medio de almas, y calculo que, en conjunto, habrá aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas. De ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos (aunque temo que no pueda haber tantas bajo las actuales angustias del reino); pero dando esa cifra por buena, quedarán ciento setenta mil mujeres fecundas. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres que nacen anualmente. La cuestión es, entonces, ¿cómo se educará y sostendrá a esta multitud de niños? Lo que, como ya he dicho, en la situación actual de los asuntos es completamente imposible, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura: ni construimos casas (en el campo, me refiero) ni cultivamos la tierra. Y ellos raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados; aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes.

(...)
Nuestros comerciantes me han asegurado que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años, y que aun cuando lleguen a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción, lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto de alimento y harapos, que ha alcanzado por lo menos cuatro veces ese valor. Por consiguiente, propondré ahora humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.
Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un guisado.
Por lo tanto, propongo humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya anotados, veinte mil sean reservados para la reproducción; de ellos, sólo una cuarta parte serán machos, lo que ya es más de lo que permitimos a las ovejas, los vacunos y los cerdos. Mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy venerada por nuestros rústicos: en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino, aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño hará dos fuentes en una comida para los amigos, y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable. Y hervido y sazonado con un poco de pimienta y sal, resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
He calculado que, por término medio, un recién nacido pesa veinte libras, y en un año solar, si es adecuadamente criado, alcanzará las veintiocho.
Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será, por lo tanto, muy adecuado para terratenientes, que como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores títulos sobre los hijos.”



Lamentablemente, suele pasar que la gente a quien está dirigida la ironía es absolutamente incapaz de entenderla.




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